Domingo 19 de abril, Día Mundial de la Bicicleta. Curiosamente, el día elegido conmemora el primer viaje en bicicleta… bajo los efectos del ácido. El doctor Hoffman probó, por accidente y tres días antes, el ácido lisérgico. El “colocón” le llevó a querer repetir tres días después, y fue tal “el viaje” sufrido que tuvo que volver en bicicleta a casa: ya por aquel entonces estaba prohibido conducir bajo los efectos de sustancias “tóxicas”.
Si el origen es curioso, quizá lo sea más todavía el hecho de que se siga celebrando. Domingo 19 de abril: cientos de ciudades de todo el mundo, incluidas la mayoría de las nuestras, cierran unas cuantas calles al tráfico para que las familias salgan a dar un paseo pedaleando. Por supuesto, sólo unas cuantas calles, durante unas cuantas horas, y en domingo, para molestar lo menos posible.A una determinada hora “sonarán las alarmas”, y los felices ciclistas tendrán que huir de las calzadas: los coches volverán a reinar e imponer la ley del más poderoso.
Lo absurdo es celebrar un día de la bicicleta. Lo absurdo es entregarse el resto del año a una dictadura ruidosa, suicida, insalubre y humeante
Basta levantar la vista para encontrar decenas de ejemplos de la hipocresía del ser humano y, en concreto, de los políticos. El 19 de abril le toca a la bicicleta: un paréntesis de unas pocas horas para reivindicar, con la boca bien abierta y llena de palabras vacías, la importancia y las posibilidades que supondría apostar por nuestro medio de transporte favorito. Un día para estrechar, con suerte, unas cuantas manos de posibles votantes, celebrando lo maravilloso que es desplazarse sin contaminar y haciendo ejercicio. Después del apretón, casi siempre, políticos y votantes aparcarán la bici, se subirán a su coche y en él se moverán los otros 364 días del año.
En Ciclosfera no somos demasiado favorables a este tipo de festejos. Para nosotros no hay un día de la bicicleta: es un vehículo tan hermoso y práctico, tan barato, divertido y saludable, que lo ridículo es reivindicarlo un sólo día del año, casi a escondidas. Lo ridículo es cortar un par de calles durante un par de horas. Lo ridículo es, que a la postre, celebremos el Día de la Bicicleta, en vez de lamentar, despreciar y corregir los 364 días de la dictadura de motores humeantes y vehículos ruidosos, de prisas y acelerones, ostentación e insalubre, irracional, suicida y vomitiva degradación medioambiental.